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Mucho más que una niña

  • (Este texto forma parte de una tarea, en la que había que escribir un perfil de alguien, y yo elegí a una persona muy especial, que lo disfruten! y si llegan a saber de quién se trata antes de llegar al final, comentenlo abajo!)

     

    A pesar de haber nacido un 29 de septiembre de 1964, aún conserva su apariencia de niña de seis años. Zapatos negros con hebillas, vestidos cortos y un moño que decora su cabello negro alborotado, es el aspecto físico que la caracteriza tanto. No fue dotada de una gran belleza, pero no parece importarle (aunque ha intentado remediarlo con una crema y no tuvo éxito). Su nombre fue tomado de un personaje de la película “Dar la cara” (1962), basada en la novela de David Viñas, pero nunca se imaginó en la fama que alcanzaría a nivel mundial y por tantas décadas.

     

    Es argentina y vive en San Telmo, un barrio de la ciudad de Buenos Aires. Allí mismo, en una esquina, se puede apreciar el homenaje que le han hecho con una escultura con la que tuve oportunidad de compartir asiento.

     

    La conocí a los diez años y aunque no entendía mucho de qué hablaba, era muy graciosa y ocurrente. Trece años después la vuelvo a escuchar, y la experiencia y conocimientos que fui adquiriendo me permiten darle sentido a todas sus palabras y aún pienso que es maravillosa.

     

    Es contestadora, irónica y reflexiva sobre cuestiones sociales, políticas y económicas, tanto nacionales como internacionales, impensadas para la mente de una pequeña niña. Sus padres siempre se alarman con sus preguntas que van más allá de una simple curiosidad y de las que en muchas ocasiones no tienen una respuesta concreta. Ama a los Beatles, al Pájaro Loco y odia la sopa (¿y qué niño no?). Tiene una tortuga como mascota, a la que nombró “Burocracia” por su lentitud. Al crecer, ser ama de casa como su madre no está en sus planes. Defiende la democracia, la independencia y los derechos humanos. Tiene esperanza en la paz mundial, a pesar de escuchar diariamente malas noticias en su radio.

     

    Su corta edad no fue un impedimento para viajar por el mundo, al cual ama tanto, pero del que es consciente que está lleno de conflictos y necesita cuidado. Maneja más de 40 idiomas, entre ellos, el japonés, italiano, portugués, griego, francés y holandés. No solo se expresó en el papel, sino que formó parte de la pequeña pantalla.

     

    El contexto en el que desarrolló sus ideas ha cambiado, ya no existe la URSS ni continúa la guerra de Vietnam, pero su mensaje siempre es actual y contemporáneo. Se convirtió en un símbolo de lucha, igualdad y revolución.

     

    Desde 1973 estuvo callada, pero en el año del bicentenario argentino (el 8 de julio específicamente) volvió a hablar en la revista La Garganta Poderosa, para celebrar la independencia y concientizar a la población sobre la falta de urbanización que sigue vigente, demostrando que aún está preocupada por los grandes problemas de la humanidad.

     

    Hace unas semanas conocí por primera vez a su padre (o creador), Joaquín Salvador Lavado, mejor conocido como Quino. Aguardé en una fila por dos horas, con otras decenas de personas que lo admiraban, tanto como o quizás más que yo. Estar en frente de un hombre de 84 años, canoso, con lentes, en silla de ruedas y la mano temblorosa, hace pensar a uno en lo frágil que puede ser una persona, en lo inevitable que es el paso del tiempo, pero en la inmortalidad que pueden adquirir sus ideales, en la influencia que se puede tener en las siguientes generaciones, en lo transcendental que se ha convertido su niña Mafalda: “El hombre no es nada; la obra, todo”.

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