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¡Habla demasiado!

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    ¡Habla demasiado!

     
    ¡Habla demasiado!
     

     

    Seguro en el trabajo, en tu grupo de amigos o hasta en tu propia familia, hay algún personaje con verborragia, que desconoce los límites a la hora de hablar. Aquí te traemos algunas técnicas para saber cómo lidiar con charlatanes y locuaces.

    *por Lenore Skenazy


    La otra noche invitamos a una pareja a cenar (amigos de unos amigos), y al principio la mujer parecía encantadora; después, empezó a acaparar la conversación. Al cabo de un rato nos dimos cuenta de que nunca se callaría, y luego vimos que su esposo tenía la cabeza inclinada en un ángulo extraño: se había quedado dormido en plena charla. Suertudo. Lo sorprendente no es que algunas personas hablen demasiado, sino que parecen no captar ni las señales más evidentes: el esposo dormido, por ejemplo.

    Resulta que hay dos tipos básicos de lenguaraces. El primero en realidad puede resultar entretenido porque depende de nuestro reconocimiento; la única manera en que tiene éxito es a través de sus oyentes. El segundo tipo es aquel que teme que, si la gente deja de escucharlo, él dejará de vivir. Adolece de un problema que los psicólogos atribuyen a la soledad, la inseguridad e incluso a la arrogancia.

    Art Markman, profesor de psicología en la Universidad de Texas y autor del libro Smart Change (Cambio inteligente), dice que los conversadores que no paran nunca “necesitan la interacción social para sobrevivir, de manera que buscan conectarse con alguien, sin importar quién sea. Huelen la interacción social y caen en una verbosidad irrefrenable”. Una vecina nuestra es de esos charlatanes extremos; todo el mundo huye en cuanto la ve venir, para no atraer su atención y que empiece a decir cosas como: “A mi nieto lo acaban de ascender, y no sabés lo que cuesta obtener un ascenso en su trabajo. La única manera de obtenerlo es...” Eso no es conversación; es una agresión. Los locuaces atracan a los oyentes: les roban el tiempo.

    Si alguna vez te toca lidiar con uno de ellos (y te tocará, creeme), probá estas estrategias prácticas:

     

    En el trabajo

    Para disuadir a los verbosos, “añadí la palabra límite a tu vocabulario”, dice Jennifer Kalita, directora general de Vesta Group, firma consultora de comunicaciones en Washington, D.C. “Al comienzo de una reunión decí: ‘Mi límite son las 3 de la tarde, así que vamos directo al grano’”. Como límite suena a que está grabado en piedra, eso dará resultado. Otra idea es mantener al locuaz concentrado en el tema haciéndote el tonto, aconseja la psicoterapeuta LeslieBeth Wish. “Decí: ‘Me gusta lo que dice, pero quiero asegurarme de estar entendiendo bien’”. Así obligarás a la persona a enfocarse.

     

    Con amigos

    Si tu amigo de toda la vida es un charlatán incurable y no querés que se ofenda, “planeá actividades donde no se permita hablar”, dice Kalita. “Vayan al cine en vez de a cenar. Tomen un taller juntos en lugar de ver un partido, o una clase de zumba en vez de salir a almorzar”.

     

    En casa

    Mi mamá y yo veíamos la televisión mientras papá hablaba sentado en su sillón”, recuerda la escritora Jess Kennedy Williams. “Aprendimos a bloquearlo hasta que su tono de voz sonaba a pregunta, y entonces decíamos: ‘Sí, lo sé’, o lo que fuera”. Hay muchas formas de mantener la paz familiar. La mejor es simplemente mantenerse ocupado mientras los charlatanes hablan, para no sentir que se está perdiendo el tiempo. Doblá la ropa limpia, pintá la cocina o tejé una bufanda.

     

    ¿Un perico yo?

    Para saber si estás entre los habladores compulsivos, examiná tus hábitos de conversación. “Cuando tus amigos hablan, ¿realmente los escuchás, o solo pensás en lo que vas a decir a continuación?”, señala Kalita. “Si un amigo te cuenta una historia sobre un animal salvaje, ¿le contás otra acerca de un animal más feroz e impresionante?”

    Una señal más clara: ¿le hacés preguntas? ¿O comentás cosas como “Eso es horrible. Dejame que te cuente lo que me pasó a mí hoy”? Una conversación genuina implica escuchar, asentir con la cabeza, mostrar sorpresa o empatía; básicamente, todo lo que hace un buen entrevistador que se precia de serlo.

    Hay, sin embargo, un caso en el que tenés todo el derecho de acaparar la conversación: cuando tenés un agobio emocional. Si perdiste el empleo, si tu perro murió, si tu hija acaba de comprometerse en matrimonio o si fuiste elegido para ocupar un cargo público muy importante, hablá con entera libertad sobre tus sentimientos y preocupaciones. Eso sí, no te olvides de agradecer a quienquiera que te esté escuchando por su tiempo y atención.

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