Es dificil hablar de imaginario social y la construcción social de la “seguridad” teniendo en cuenta los cientos de delitos que, a diario, se convierten en noticias.
Pero, sin herir la susceptibilidad de nadie, podemos acercarnos a esta noción. La sensación de seguridad radica en el estar fuera de peligro. Esto es, manteniendo alejados todos aquellos factores que sean potenciales desestabilizadores.
Y en este punto es donde es importante profundizar. ¿A qué le tenemos miedo? La mayoría de las respuestas recaen en estereotipos: las villas, los pibes chorros, la oscuridad o los drogadictos. Flagelos de una sociedad que loteó sus espacios de sociabilidad, cual pudiente country, excluyendo aquello que resulta disfuncional o que simplemente, no sirve.
Esto, volviendo a lo simbólico, genera tensión entre estos dos espacios tan cercanos y distantes a la vez. Entre la repulsión y el resentimiento.
Definiendo los rasgos que hacen que una persona pueda ser juzgada como un delincuente o una persona de bien, se está contruyendo sentido. Pensar que el que usa ropa deportiva es más ladrón que el hombre que viste traje, también. Y no sólo queda en el plano mental, es práctico y se materializa en la discriminación.
Comenzar a reconstruir el tejido social, las relaciones en el barrio y la forma de mirar al “otro” puede llegar a ser un cambio que aporte a que haya más seguridad. “Los pibes no nacen chorros“, se hacen pero también, y en gran medida, se objetivan en los medios y en la mirada de los que los rodean.
No es legitimar al delincuente, sino no prejuzgar por las apariencias y contruir nuevos sentidos en torno a los sectores marginados e incluirlos en la vida social.
Comentarios