Por lejos la carrera preferida de las abuelitas. Sorprende el prestigio del que goza estudiar Derecho en nuestro país, sobre todo por la concepción que se tiene de la carrera en otras latitudes: en Europa es vista como una siutiquería y en Argentina es por lejos vista como una de las carreras más fáciles. Pero bueno, en esta fértil provincia señalada en la región Antártica famosa, sigue siendo una de las más demandadas. Resolviendo derechamente y sin más preámbulo, he aquí diez de los mitos más recurrentes sobre estudiar Derecho.
La primera y más grande mentira de todas. En efecto, la carrera en la universidad generalmente consta de 9 o 10 semestres, pero una vez aprobados estos, y aun rendido con éxito el examen de grado, no se es más que licenciado. Vale decir, lo que se tiene en la mano es un grado académico y no un título profesional. Sin contar, por supuesto, con el trámite de la tesis y de la práctica profesional (gratuita: 6 meses de trabajo regalo al Estado). Dicho de otro modo: desde que uno se matricula en la universidad luego de rendir la PSU hasta el momento de recibir el cartón de manos del ministro de la Corte no transcurren menos de 7 u 8 años.
La típica pregunta formulada por quien a uno le dice que estudia Derecho. Si bien es cierto que la lectura supone el 90% del aprendizaje en esta disciplina, no es lo mismo preparar la prueba con un resumen de Kiverstein que con el Tratado de Alessandri, Somarriva y Vodanovic. Por lo demás, no es necesario leer todo el día para aprobar decentemente las materias, sin perjuicio de aquel entusiasta que en el afán de obtener el 7 en todo lo haga por amor al arte.
Uno de los mitos más extendidos es el referido a la necesidad de contar con una memoria prodigiosa porque esto se trata de recitar con melódico compás y la mayor fidelidad posible los artículos frente a la pregunta del profesor. Esta creencia probablemente se funde en el antiguo ideal decimonónico de que la ley se basta a sí misma y a los jueces no les correspondía otra labor que recitarla y aplicarla al caso concreto sin mayor ejercicio. Hoy por hoy, hay profesores de la vieja escuela que no buscan más que el conocimiento por parte del estudiante del código palabra por palabra, pero la verdad es que la memorización supone un elemento más del aprendizaje, como lo puede ser en cualquier disciplina cuando se necesitan retener, sí o sí, conceptos clave.
Supuesta consecuencia directa del mito de leer todo el día, conforme a la cual nos impediría a los aprendices de Bello salir los viernes por la noche y perdernos todo lo bueno de la vida. No hay evidencia que lo compruebe verazmente. Es más, me atrevería a decir que la tasa de asistencia a cócteles, lanzamientos de libros y todo tipo de eventos socialité es superior entre los leguleyos.
Son términos sinónimos entre quienes no están familiarizados con la disciplina (“ella estudia Leyes&rdquo Las leyes no son más que uno de los componentes normativos del universo del Derecho, existiendo principios que muchas veces no están positivizados (hechos ley) pero que se desprenden de ellas. Este mito no es exclusivo del Derecho y tiene sus símiles en otras disciplinas: Ciencias Políticas no es lo mismo que Ciencia Política, Literatura no es lo mismo que Letras, etcétera.
Como puede fácilmente advertirse en “Una Mente Brillante”, hasta entrados los 60s era común asistir a la facultad con camisa y pantalón, lejos de las poleras y bermudas zorronas que imperan hoy en las universidades. La de Derecho, bastión de la formalidad, debe haber sido probablemente la última de las facultades en recibir la tendencia. Esto, agudizado con la creencia en exámenes en orales a cada rato, alimenta el mito. ¡Pero si hasta en los exámenes finales de Publicidad les piden “tenida formal”!
Hay varios que ven en Derecho el trampolín para iniciarse en política (Dios nos guarde). No necesariamente son conceptos que van de la mano –hasta hace pocos años no pocas universidades llamaban Derecho Político a Derecho Constitucional–. Para la muestra en Chile por ejemplo: de 34 Presidentes de la República, la Facultad de Derecho de la Chile, por ejemplo, ha aportado nada menos que la friolera de 16.
Hecha ya la diferencia entre leyes y derecho, se puede advertir fácilmente su cariz peyorativo. En varias de las facultades tradicionales (UChile, UC, PUCV, UdeC, UV) hay algunos que sostienen que en las privadas se enseña casi una suerte de derecho apócrifo o incompleto. La verdad es que es por todos sabido que hay varias facultades de derecho de universidades privadas que le vuelan la raja a muchas, por no decir a casi todas, las públicas, como la de la UDP. Al igual que en las otras carreras, la cosa es así: la enseñanza en la mayoría de las privadas es como las pelotas. En las públicas, también.
El título profesional de abogado es el único que en nuestro país no es extendido por las universidades. Conforme a lo dispuesto en el artículo 520 del Código Orgánico de Tribunales, el título de abogado es otorgado por la Corte Suprema en audiencia pública, previa comprobación y declaración de que el candidato reúne los requisitos necesarios. En las universidades, como sucedáneo de lanzamiento del birrete y entrega del cartón, hacen ceremonias de egreso o licenciatura. Pero de título, nada.
Como lo dijo un conocido historiador, al ser despojada de sus derechos nobiliarios la aristocracia chilena de la naciente república encontró en las profesiones liberales, y en particular la de abogado, el nuevo título de nobleza (a esto súmenle la siutiquería chilensis). Los abogados siguen siendo bien pagados, pero el juramento anual de verdaderas cohortes de nuevos profesionales probablemente pongan en entredicho esta creencia tan arraigada en la sociedad